Secretario General Ban Ki-moon
Más de mil millones de personas pobres y vulnerables viven en las zonas áridas del planeta, donde las actividades encaminadas a alcanzar los Objetivos de Desarrollo del Milenio tropiezan con dificultades particulares, y por ello se han quedado rezagadas.
Casi las tres cuartas partes de las zonas de pastoreo muestran síntomas de desertificación. Durante los últimos 40 años, casi un tercio de las tierras cultivables del mundo han dejado de ser productivas y en muchos casos han quedado abandonadas. La pertinaz presión causada por la sequía, el hambre y el agravamiento de la pobreza amenaza con desencadenar tensiones sociales, que a su vez pueden dar lugar a fenómenos de migración involuntaria, desintegración de comunidades, inestabilidad política y conflictos armados. Decididamente, la vulnerabilidad humana, la vulnerabilidad ecológica y la vulnerabilidad social van unidas con singular intensidad y simetría en las zonas áridas del planeta. El cambio climático no hará más que agudizar todas esas presiones.
En este Año Internacional de la Diversidad Biológica, debemos recordar que las tierras áridas son zonas de enorme productividad y diversidad biológica. El 30% de los cultivos que crecen y se consumen en todos los rincones del mundo proceden de las zonas áridas. Además, la diversidad biológica del suelo de esas zonas desempeña un papel decisivo en la transformación del carbono atmosférico en carbono orgánico: las tierras áridas son la mayor reserva de carbono orgánico del planeta.
La protección y la restauración de las zonas áridas permiten avanzar en muchos frentes al mismo tiempo: se refuerza la seguridad alimentaria, se hace frente al cambio climático, se ayuda a los pobres a adquirir más control sobre su destino y se impulsa el progreso hacia el logro de los Objetivos de Desarrollo del Milenio. En este día, pues, reafirmemos nuestro compromiso en la lucha contra la desertificación y la degradación de las tierras y en la mitigación de los efectos de la sequía, y reconozcamos que cuidar de nuestros suelos equivale a cuidar de la vida en la Tierra.
Secretario Ejecutivo de la Convención de las Naciones Unidas de Lucha contra la Desertificación (CNULD), Luc Gnacadja.
Seis de cada diez pulgadas (18-25 cm) de la capa superficial del suelo es todo lo que se interpone entre nosotros y la extinción. Y esto no supone hablar únicamente de alimento. Todo lo que vive y crece en este limitado e irremplazable recurso nos mantiene cobijados, preserva la limpieza del agua y del aire, hace que el suelo se conserve fértil y contribuye a regenerar el alma humana. Acabamos de empezar a entender cómo las minúsculas formas de vida son capaces de mantener la productividad del suelo y de alcanzar el óptimo equilibrio del medio ambiente.
Ahora ya sabemos que las especies que viven en la tierra son mucho más abundantes de lo que en un principio se creía. Los microorganismos del suelo constituyen la mayor parte de la biomasa de la Tierra. Probablemente, carecerán de la subjetiva atracción que puede ejercer el tigre o un orangután, pero la supervivencia de aquellos seres que habitan el suelo (como los hongos, las arqueas, las bacterias, los rotíferos y los nematópodos) casi abocaría al resto de especies a ocupar un segundo lugar. Si colocáramos a todos los microbios del suelo, en un lado de la balanza, y a todos los animales que viven en la superficie en el otro, los primeros superarían literalmente a los segundos. Esto nos lleva a concluir cuán vitales son sus funciones para poder enfrentarnos mejor a la gestión medioambiental, el cambio climático y el desarrollo del ser humano.
Bacterias generadoras de lluvia. Los microorganismos que viven en la tierra proporcionan una amplia gama de servicios al ecosistema que incluye ciclos nutricionales, fijación de nitrógeno, control de los procesos de descomposición y de plagas, polinización, retención de humedad del suelo, drenaje, secuestro de carbono y reciclaje de residuos entre otros. Incluso juegan un papel importe, si bien poco conocido, de regulación del clima. El avance de las investigaciones ha hecho posible que sea cada vez más evidente que, junto con el polvo y otras partículas, ciertas bacterias del suelo son elevadas por el viento a grandes alturas, donde se cubren de cristales de hielo hasta convertirse en lluvia. Por lo tanto, un suelo sano puede favorecer el incremento de las lluvias.
La degradación del suelo y la desertificación presagian la muerte gradual de la compleja red de su biota. La desaparición de una sola especie de esta red puede ser devastadora. El suelo nos ofrece de manera gratuita servicios como el encubrimiento de las larvas de las avispas polinizadoras, los escarabajos, las moscas y las abejas. Sus contribuciones a la agricultura por sí sola son extraordinarias. La Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO, según sus siglas en inglés) estimó ya en 2005 que sólo 100 especies de cultivo proveían el 90% del alimento de 146 países, y 71 de estas 100 era polinizados por abejas. Si estas especies se extinguen, todos los cimientos del sistema se derrumban.
La biota del suelo vale billones. Teniendo en cuenta todo esto, el suelo y los que trabajan por y con él deberían gozar de un apropiado valor económico. Un informe elaborado por el Centro Común de Investigación de la Comisión Europea (JRC, según sus siglas en inglés) en 2009 atribuía a la biodiversidad del suelo “inmensa importancia económica”. Según el informe, “el valor monetario de los bienes del ecosistema así como de los servicios provistos por el suelo y sus sistemas terrestres asociados (...) fue estimado en 13 billones de dólares de los EEUU, en el año 1997. La biota del suelo –añade- supone una gran parte de este valor”.
A veces olvidamos que dentro del significado de la palabra “biodiversidad” estamos incluidos nosotros también. Durante mucho tiempo nos hemos visto a nosotros mismos como parte de la naturaleza pero también como a guardianes de ésta. Algunos sugieren un cambio del viejo paradigma de la dominación humana de la Tierra y sus animales para inclinarse por otro menos codicioso, menos invasor y de mayor convivencia. Debido a la naturaleza potente de nuestra especie, la salud del suelo –y consecuentemente la nuestra propia- depende en gran medida de cómo nos hacemos cargo de ella. Y quienes están en primera línea de batalla de esta “sostenibilidad” son los que viven en las áreas más vulnerables a la degradación: las tierras secas.
Los habitantes de las tierras secas. El primer objetivo estratégico de la CNULD es el de apoyar a estos habitantes en esta crucial tarea. Más de la mitad de estos 2.000 millones de personas sobreviven con menos de dos dólares estadounidenses al día. Aliviando su pobreza, aumentando el conocimiento en gestión sostenible del suelo, generando ingresos de manera sostenible en las zonas rurales y entablando asociaciones con gobiernos, entidades privadas y la sociedad civil, la CNULD y sus 193 Países Partes están ayudando a este importante sector poblacional no sólo a habitar, cultivar y utilizar la tierra de manera sostenible, sino a salvaguardar la capa superficial del suelo y sus beneficios para las poblaciones de zonas remotas así como para las generaciones futuras.
El DMLD 2010 se celebra, como cada año, el 17 de Junio. Éste coincide con el Año Internacional de la Biodiversidad. No hay mejor ocasión que ésta para recordar al mundo el inmenso valor que supone la biodiversidad del suelo y del trabajo de los agricultores -tanto de los pobres como de los ricos- para incentivar tal biodiversidad. “Mejorar los suelos en un lugar mejora la vida en todas partes” es el lema de este año. Se trata de orientar la salud del suelo hacia donde debería apuntar; es decir, hacia la base misma de nuestra supervivencia y bienestar.
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