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lunes, 13 de octubre de 2014
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INQUIETOS / Roberto Villar - El Lenguaje del azar
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Pintar –no ilustrar, no dibujar-, pintar estas cosas que pinto, es escribir. Pintar es una forma de escritura.
Tal vez sea exagerado hablar de un mismo lenguaje. Pero tal vez no tanto si quien afirma que escritura y pintura son un mismo lenguaje es el azar.
Las diferencias formales entre escritura y pintura son evidentes. Sólo las formales.
Pinto y luego leo lo que he pintado. Y a veces no acabo de comprender. Otras me resulta demasiado sencillo hacerlo. Con frecuencia me veo sobrepasado por el subtexto. Otras, creo que soy tan claro que me veo forzado a repintar el adorno y reescribirlo.
Encuentro más azar en la pintura. Párrafos enteros que se aposentan sin haber sido consciente de que son de mi autoría. Son de un azar que me es propio, me consuela pensar. El que da forma a mi mundo. A mi enfoque y perspectiva del mundo.
Eso no me ocurre cuando escribo. O me ocurre de otro modo. También en la escritura se producen apariciones. Inesperadas epifanías. Pero luego se dejan moldear, acomodar al resto del relato. Cuando pinto, esos inesperados hallazgos, a veces iluminan un nuevo camino, pero otras quedan allí, manchando el paisaje de la totalidad del cuadro. Extrañamente integrados en él.
En cierto modo, entiendo la pintura como un misterio. Tal vez porque la dejo ser sin encorsetarla en las camisas que el oficio te enseña a coser.
Sé los trucos de la escritura.
Desconozco las triquiñuelas que utiliza la pintura para engatusarme.
La pintura se puede leer por capítulos, por renglones, por párrafos, y, a su vez, como una totalidad. Te acercas al detalle, hasta llegar a la letra, al trazo. Te alejas al paisaje totalizador, incorporando la masa de las cien páginas leídas, de todo el cuadro contemplado y digerido.
Escritura y pintura, tal vez tengan sintaxis diferentes. Pero sólo tal vez. Durante algún momento. Alguna noche. Un ratito. El resto del tiempo, en esencia, son la misma cosa.
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