Mi parte femenina me salva. Me enseña mis carencias y me muestra mis complejos. La mujer es el principio y el final y yo estoy en medio. Nunca podré ser igual.
La gran fuerza que descubrió el Cristianismo para dominar el mundo es haber sabido esconder la enorme influencia y el gran poder de la mujer sobre el hombre. Por eso creó la leyenda de Eva y la manzana (la mujer tiene el poder de crear y desarrollar el bien y el mal), la virginidad de la madre (es pura y no necesita al hombre para procrear al líder), o la facilidad para desdoblarse en cualquier lugar y tiempo (hay vírgenes inventadas por el hombre por doquier y para cualquier necesidad).
La mujer controla el sexo y con su uso disfrutar del poder. Con una simple felación puede poner de rodillas al más poderoso. Un solo mordisco y acaba con el orgullo y la humanidad del hombre. Pero la inteligencia de la mujer es tal que no usa ese acto certero y demoledor para no perder el disfrute que proporciona esa posesión y, por tanto, abandonar el control de la situación.
Religión y sexo controlan el mundo. Y ambos son controlados por la mujer. El hombre solo atina a seguir el curso marcado y ponerse delante para convencerse de que no es distinto.
El hombre lo único que puede hacer, y hace, es seguir manipulando la situación para no reconocer. Y la parte hombre de muchas mujeres es la que distorsiona e impide que todo siga su curso natural. Encuentran también sus carencias y sus complejos.
Esas mujeres-hombre pierden toda su capacidad para disfrutar; precisamente lo que las diferencia de los hombres. Renuncian a lo que hace que el mundo se mueva y progrese hacia mejores lugares.
Es cuando aparecen los hombre-mujer y usan su parte femenina para ejercer el verdadero poder. El hombre-mujer descubrió un tesoro para superar su eterna deuda y complejo de haber nacido de una mujer. Y por eso, el hombre-hombre y el hombre-mujer queda tan desprotegido cuando desaparece la mujer que le dio la vida. Se queda solo e indefenso.
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