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sábado, 21 de octubre de 2017
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INQUIETOS / José Vidal Portillo - El Guardián del Algarrobico, un grito en el silencio
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Desde la atalaya del poder decadente, un hotel construido ilegalmente y que espera su demolición (símbolo de la burbuja especulativa inmobiliaria y atentado medioambiental), el guardián o vigilante, único residente, desde su cocina, ¡escupe un grito en el silencio!
Un grito en el silencio atronador sobre su mundo chico, el que se le va achicando, ese mundo que han construido otros (“…el constructor me paga una mierda pero tengo un trabajo privilegiado”) y el que otros, también, amenazan (“Los ecologistas son unos mierdas”); un grito sobre la soledad que le invade y sobre sus demonios interiores. Toda una metáfora cargada de reflexiones.
Es un grito en el silencio administrativo, judicial, político y social sobre la corrupción. La visible, con puntas del iceberg como el Algarrobico, y la que no se ve, la mental.
Un grito en el silencio sobre la captura de las instituciones del Estado y de las personas por grupos de interés que venden un mal entendido progreso global con el que solo buscan su máximo beneficio. Sociedades tecnológicamente avanzadas cuyo desarrollo económico no se traduce en mejorar las condiciones y el bienestar de las personas. Élites financieras, económicas y políticas con mucha avaricia y poca ética.
Un grito en el silencio sobre el sentido de pertenencia, cuando se abrazan banderas e intereses de especuladores o traficantes de ideas, que, alojado en la parte emocional de uno, la sin razón se instala y lleva a defender el provecho de otros como si fuera el propio; aflora la irracionalidad y el egoísmo, más miserable y rampante, se manifiesta.
Un grito en el silencio sobre el infierno al que lleva una sociedad de consumo que vende supuestos paraísos de felicidad que no se consiguen y que no tienen fin.
Todo esto, y más, es la obra de teatro “El guardián del Algarrobico”.
Un monólogo estructurado por la pluma brillante de Roberto Villar (guionista por explorar por el mundo del teatro), sobre una idea de Jesús Pozo, dirigido con frescura por Nacho Hevia y llevado con maestría por Julio Alonso, que parece hubiera sugerido a guionista y productor lo escribieran para él. Un actor con fuerza, credibilidad y riqueza de texturas interpretativas. Talento de un actor grande que hace grande al personaje y que, a través de la historia que cuenta, su historia, nos hace reflexionar sobre ese río de la vida que nos lleva.
El responsable de todo esto es Jesús Pozo. Periodista valiente, sincero, creativo y persona comprometida. Comprometido con la cultura, la igualdad y la solidaridad. Un activista de la vida, esa que defiende el respeto y armonía entre seres humanos y de éstos con la naturaleza. Su compromiso, ético y social, le lleva a promover la creación artística (aunque sean una ruina) con ideas como la obra el guardián del Algarrobico. Alma inquieta que busca provocar la reflexión y hacer pedagogía.
El Algarrobico, es una metáfora sobre aberraciones urbanísticas, especulaciones salvajes y atentados sobre el territorio. Pero es también, y sobre todo, el espejo que permite ver los efectos degradantes de ciertos “pensamientos mágicos”, esos que sustituyen la realidad por ensoñaciones o engaños, en el marco de una cultura, la inducida por la sociedad de consumo, con cargas ideológicas y recetas económicas poco sanas económica y socialmente.
Esa cultura que, en lugar de contribuir al enriquecimiento de las identidades individuales y colectivas, desgraciadamente ha inoculado el virus del individualismo egoísta en el que prima lo ‘mío’, aunque lo suyo perjudique a los demás, al interés general. ¡Con qué naturalidad se asumen barbaridades que atentan contra la convivencia o la supervivencia en la tierra que nos acoge!
Cuantas falsas ideas se compran; del tenor, por ejemplo: “…¿cómo se puede estar en contra del progreso, de los ciudadanos, del empleo…”, pese a que sean barbaridades que atentan contra esos fundamentos, contra la seguridad (como instalar un almacén de residuos nucleares), destrocen el medio ambiente o contribuyan al cambio climático.
Es el resultado de un modelo de actividad empresarial que sólo obedece a la lógica del beneficio despreciando su función social, ligada al crecimiento económico sostenible y la cohesión. Un modelo en el que se establecen relaciones constantes y peligrosamente íntimas de grupos de interés y poderes económicos con el Estado y diferentes actores sociales, saliéndoles más barato la obtención de rentas monopolísticas, pagando los costes de influencia (maletines a diestro y siniestro), que a través de la competencia, la innovación y el respeto al territorio y el medio ambiente. Un modelo de capitalismo de casino, con mucha avaricia y ninguna ética, que en la búsqueda de rentabilidad especulativa trae consigo precariedad laboral, exclusión social y sobreexplotación de los recursos naturales.
Un mundo sin certezas, en el que la estupidez campea a sus anchas globalmente cabalgando a lomos de la ignorancia en una sociedad, paradójicamente, del conocimiento. Un mundo en el que élites financieras, económicas, políticas y parásitos subyacentes indocumentados, bombardean con el marketing creador de necesidades imaginarias para que no pienses tú y piensen ellos por ti. Es la hora de la posverdad, donde la realidad no importa sino que tenga apariencias de verdad para embaucar. Las consecuencias…
Por eso, obras como esta merece la pena ver. ¡Enhorabuena !
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