El tiempo corre. Hay veces que, no obstante, se detiene. El tiempo nos hace crecer y morir. El tiempo ventila nuestras esperanzas y nuestros fracasos. El tiempo se exprime y se condensa. Su falta nos estresa y su excesiva dilatación nos deprime. Se agota en segundos o dura una eternidad. Es la medida de tantas cosas y de ninguna a la vez.
¿Existe el tiempo? Hay un tiempo para recordar lo vivido y un tiempo para imaginar y proyectar lo que viviremos. El tiempo se palpa a veces intensamente y otras se nos escurre miserablemente.
El tiempo nos aleja de gentes y cosas y nos acerca a gentes y cosas. El tiempo del amor nos engrandece, mientras el tiempo de la incomprensión y el odio nos envilece. El tiempo tiene el sabor de la miel y el color que ven los ciegos.
El tiempo se puede compartir o disputar. El tiempo transparenta nuestros anhelos y sentimientos y frustra nuestras expectativas.
El tiempo huele a tierra húmeda. Amaina nuestro dolor y alumbra nuestra melancolía. El tiempo también se escucha. Suena a viento susurrante y a mar embravecido, suena a besos de luna llena, a mórbidos silencios y a gritos que nacen del desasosiego.
Suena a música ignota.
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