domingo, 19 de enero de 2020
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INQUIETOS / YOLANDA CRUZ - Y el padre, en el sofá
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De cómo la censura ya es más cotidiana de lo que parece. Así cuenta la autora, doctora en Educación, un caso práctico ocurrido en una de sus charlas sobre igualdad en un colegio andaluz.
Acabo cada año con el cuentakilómetros del coche pidiendo un respiro, viajo, comunico y formo. Entre viajes y actividades veo de todo y escucho pensamientos, reflexiones e irreflexiones de lo más variopintas, pero no pierdo ni las ganas ni la capacidad de sorprenderme. Casi acababa diciembre y yo iba dispuesta a recibir las vacaciones de Navidad con alumnos de ESO, llevaba en la chistera juegos, tizas de colores y un cortometraje croata, “Game Girl” de Irena Pranjic, y en la mochila: portátil, gafas y un termo de té. Por delante, tres horas de trabajo. Dos cursos, o lo que es lo mismo, alrededor de 45 alevines de entre 11 y 12 años por hora. Durante la primera clase, el sistema de proyección no colabora y la opción de utilizar Internet para poder ver el corto, descartada, así que la cuentacuentos sustituye a la ilusionista y unos juegos de rol me ayudan a hablar de Igualdad y de derechos con una audiencia abierta, juguetona y divertida. Las vacaciones están a la vuelta de la esquina y las ganas se respiran en cada uno de los comentarios y respuestas que se daban unos a otros. Más risas, aplausos y entre canciones y abrazos se despiden. En la segunda hora no debía haber problema, la “maquinaría” está operativa. Otra ola de preadolescentes encantados de salir del centro y de acudir a este pequeño salón de actos municipal donde, según han oído, les van a “poner” un video. Recibe sonriente a las responsables de esta chiquillería y tópate con un par de profesoras para las que ver cortos y cerrar las actividades del trimestre con una actuación educativa contra la violencia machista y la desigualdad viene a ser eso, cerrar el trimestre y cubrir expediente.
Pero yo les proyecto el corto, una película de animación al más puro estilo de video juego de construcción, personajes dibujados como muñecos tipo “Playmobil”, una historia de amor con un final sin cerrar, el público elige. Chico y chica se casan, patinan, hacen la compra, se besan poco explícita y muy ruidosamente, tienen dos hijos, ella trabaja, ahora hace la compra sola, va al pediatra sola, prepara la fiesta de cumpleaños sola, mece a los peques, da de comer al gato, hace el desayuno, limpia, poda las plantas, y busca más besos, pero ya no hay, se han acabado en la boca de un marido/padre que queda muy bien en una esquina del sofá viendo programa tras programa antes de caer “agotado en la cama”. Ni los premios que el corto ha recibido por su valor educativo, ni el reconocimiento de la Cátedra UNESCO, Paz, Solidaridad y Diálogo Intercultural valieron para que las profesoras lo disfrutasen y se contagiasen del revuelo de sus estudiantes. El tercer grupo no llegó a la sala de proyección, la dirección del centro se negó a mandarme ninguna clase más. ¿Por qué? La respuesta iba a llegar, pero yo le daba vueltas a posibles motivos y al té, tan helado ya como yo y la sala vacía: ¿les habría parecido mal ver a los personajes en ropa interior en algún momento? ¿serían los besos?, que tampoco eran tantos… Puede que no les gustasen los “dibujos animados”, o que ni siquiera conociesen los video juegos de construcción con los que se entretienen las cuarenta personillas a las que enseñan y educan cada día.
Pues no, no fueron ni los pechos ni los besos, si no la presencia de ese marido/padre a quien ni los llantos de la prole, ni las tareas del hogar ni mucho menos el cuidado de la mascota, lograban despegar del sofá mientras la chica andaba de aquí para allá entre llantos de bebés, productos de limpieza, pediatras y broncas del jefe, como una súper heroína con una misión imposible: “poder con todo”. A esa profesora le molestó tanto esa representación de lo masculino que impidió que los últimos dos cursos pudieran ver la película. No me cabía en la cabeza, yo, comprobando con tristeza que ni los chicos ni las chicas se extrañaban con esta historia familiar y buscando la mejor manera de explicarles que, a veces lo que nos parece “normal” no siempre está bien, y mientras tanto, una de las profesoras, que tiene el compromiso de educarles en igualdad ni se daba cuenta de que para sus estudiantes esa situación era tan de verdad como “normal”. Yo, respirando hondo por el enorme trabajo que aún queda por hacer y ella, estoy segura de que, por no entender la intención del cortometraje, enfadándose conmigo por haberlo llevado hasta allí.
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