martes, 09 de junio de 2020
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INQUIETOS / YOLANDA CRUZ - La pobreza, qué vergüenza
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Tres mil millones de euros anuales permitirán que millones de personas no queden aisladas en el umbral de la pobreza en España. Sí, millones, más de 12. La aporofobia, o el miedo a los pobres, es una fobia que nos lleva a rechazar de pleno a los extranjeros que vienen con la intención de buscar un futuro para ellos y sus familias, un trabajo que les permita ejercer su derecho a vivir dignamente, mientras abrimos puertas y lo que haga falta a otros extranjeros que, con su gasto, permiten que el sector turístico represente el 76% de la generación de empleo. Nuestras arcas se nutren principalmente de los “turistas”. De quienes nos escogieron como destino el año pasado, 83’7 millones de ellos eran extranjeros, principalmente de Reino Unido, Francia y Alemania. Se gastaron más de 90.000 millones de euros en pasar sus vacaciones en alguno de nuestros destinos vacacionales y batimos récord (INE). Pero no es esa nuestra única plusmarca. En España, uno de cada tres niños y niñas es pobre, sí, pobre, es decir, en su casa no se ingresa la cantidad mínima que le separa del umbral de la pobreza: hogares con un solo integrante, 5014 euros al año; en familias monoparentales con un hijo, 11532; dos adultos y dos niños, 15968 y dos adultos y dos niños, 18629. No se líen con tanto número, pero háganse a la idea de que en hogares donde un progenitor convive con un hijo al mes no sobrepasan los 961 €, para vivienda, agua, luz, alimentos, medicinas, ropa y el mínimo material escolar, ¿se hacen una idea?. Cuando hablamos de pobreza, nuestra organización social y cultural nos lleva a pensar que esta afecta a personas de otros continentes, África siempre es nuestra primera alusión. Después, miramos a nuestro alrededor y la personificamos en el colectivo inmigrante, tanto en aquellos cuya situación está regularizada, como en los que no. A partir de aquí, la aporofobia se agudiza y bloquea nuestra capacidad de ver que entre los 12 millones de pobres se encuentran algunas de nuestras amistades, familiares, vecinos, vecinas o incluso usted mismo o usted misma, o yo. Quizás piensen: qué miedo y qué vergüenza da ser pobre. Pero también podrían pensar que lo que realmente da vergüenza es permitir que 12 millones de personas, con los mismos derechos que usted y que yo, lo sean.
El salario mínimo vital que pone en marcha el Gobierno permitirá que estas personas dejen de estar ancladas en un lugar que las hace invisibles para el resto o incluso para ellas mismas. Que no le vengan con milongas, este salario no es una llamada “con altavoces” a la inmigración, que no le distraigan haciéndole creer que los pobres son ellos, no se engañe, los pobres somos todos. Conozco, y estoy segura de que usted también, a personas que viven en ese umbral, incluso por debajo de él, son gente corriente, como usted o como yo, y lo único que les da vergüenza es que prefiramos anclarlos en el portal de la caridad, bálsamo para nuestro miedo, en lugar de reconocerlos miembros por derecho de una sociedad que no puede dejarlos fuera.
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