La tradición judeocristiana que sustenta nuestra cultura está construida sobre la culpa. Una culpa que nos lleva a creer firmemente que la felicidad tiene un precio, y que para ser merecedores de ella se ha de haber pagado en este valle de lágrimas, que así ha de serlo para que el paraíso se nos presente como la panacea, o donde sea.
Sentir culpa es parte de nuestra herencia cultural, y no sentirla, según algunos psicólogos como la doctora Núñez Escario, nos convierte en fanáticos, religiosamente hablando, “están tan inmersos en un sentimiento de `justa´ indignación que no tienen espacio interior para dudar de sí mismos” ¿le suena a usted de algo?.
Desde hace un par de días, escucho el rasgarse las vestiduras de quienes se indignan con Fernando Simón, el director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias, por declarar que “pasamos unas navidades mejor de lo que deberíamos y ahora estamos observando las consecuencias” y adelantar que nos esperan semanas muy malas. ¿ Por qué tirar piedras a quien nos suelta verdades como puños? ¿acaso desconocíamos que no se trataba de salvar la navidad si no de aprovecharla para recuperar algo la economía? No hay peor ciego que aquel que no quiere ver. La concesión de aflojar las medidas de seguridad, decisión que considero desacertada, nunca ha estado motivada por permitir la reunión de las familias, la misa del gallo o la autoapropiación del guion del anuncio turronero de la vuelta a casa por navidad, de lo único que se trataba aquí era de soltar la cuerda para que el comercio y el sector servicios aprovechasen lo que pudiesen. Bajo la escusa de que, psicológicamente, la ciudadanía necesitaba un respiro, se ha contentado a unos y a otras cruzando lo dedos ante la que se nos avecinaba, pero, eso sí, sin que nadie pueda pillarles en un renuncio, a ellos, a nuestra clase política quien, al final y tras escuchar a los científicos y a la patronal, decidió ser “benévola” y a ver ahora a quién se culpa de esto.
Ahora, parece que la ciudadanía es la última responsable por “incumplimiento” de las normas, como si ellos desconocieran lo que iba a suceder, y apelarán a nuestro sentido de la culpabilidad, - ¿no queríais navidades blancas?- este es el precio que ahora pagaremos. Pero quizás las palabras de Simón no culpan a la ciudadanía, quizás es un “os lo advertimos” dedicado a esa clase política que no dudó en conceder con una mano, sujetando la consecuencia en la otra.
La inconsciencia no nos libra de la culpa. Que se nos haya permitido reunirnos, desplazarnos, celebrar o ir de compras como si aquí no pasara nada, no significaba que estuviéramos obligados a hacerlo sin pensar no solo en la posibilidad de contagiarnos, dejar de llevar el sustento a casa y colapsar las instalaciones hospitalarias, si no en contagiar a otras personas tan vulnerables como usted o incluso más. Están los que sienten culpa y los que no, porque para sentirla también han de conocer la empatía y la solidaridad. ¿Dónde cree que encaja usted?
Artículo publicado originalmente en Ideal de Almería el 13 de enero de 2021
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